viernes, 26 de febrero de 2010

BERT & MARY II

Hace algunos años, escribí esta columna en el suplemento DVORAME:


Hay viento del este. Bert hace de hombre orquesta, improvisa versos en el parque e intuye de pronto que Mary Poppins aparecerá en cualquier momento volando en su paraguas. Su misión: llenar de buen rollo la vida de niños desatendidos en algún respetable hogar pequeño burgués.

Recuerdo mi primer remoto contacto con la película de Walt Disney como el auténtico y verdadero descubrimiento de la “psicodelia”. Me tiré varios días borracho de cine, viviendo en ese Londres de fábula tan bien recreado en el que todo es posible.

Posteriormente me he encontrado varias veces con la cinta -basada en una novela de la australiana Pamela Travers- a lo largo de mi vida. Alguna sesión matinal de domingo invernal, alguna sobremesa televisiva, algún trozo suelto en zappings perezosos… En todas esas ocasiones el regusto final ha sido amargo. A medida que mi pasmada persona se alejaba de aquel niño alucinado, junto a mis primeros pelitos en la cara, se iban haciendo evidentes algunas fastidiosas realidades.

Jamás penetraría en ningún paisaje dibujado en el suelo ni cabalgaría en los caballos escapados de un tiovivo. Lo de bailar en los tejados no parecía demasiado aconsejable y tampoco parece factible lo de tomar el té suspendido en el aire a causa de mis carcajadas.

Ser padre me ha procurado la excusa perfecta para comprar sin complejos el delicioso vídeo y constatar una nueva faceta "inalcanzable": Bert y Mary se quieren y se respetan, bailan y se esfuerzan en hacerse felices. Las canciones que se dedican el uno al otro son de un amoroso enternecedor pero en ningún momento se declaran, ni se besan, ni se piden la mano, es más, tampoco parecen echarlo de menos. Bert y Mary se encuentran y se separan cada cierto tiempo sin mayor trauma aparente. Porque Bert y Mary son amigos sin sexo, son elegantes personajes en un mundo lleno de amables desollinadores, patos cantarines, juguetes que se recogen chasqueando los dedos.

5 comentarios:

Noemí Pastor dijo...

Jamás me he creído eso de que una tía y un tío no puedan ser amiguetes.

El Conde de MonteCristo dijo...

A todos según crecemos nos abandona la capacidad de soñar e imaginar...pero creo que a ti no te ha abandonado del todo como podemos comprobar en este blog con tus microrelatos, etc.

nineuk dijo...

El término "amiguetes" me da que pensar. Realmente ¿has querido decir "amigos" de una forma más ... "relajada"? o es que es eso precisamente, que como mucho seremos "amiguetes"...(?)

Noemí Pastor dijo...

No. Digo amiguetes para que no suene demasiado solemne y por no decir amigo ni amiga. Pero sí, sí creo que se pueden tener amigos y amigas de otro sexo. SI un tío no sabe tener amigas y una tía no sabe tener amigos, algo (grave) sucede.

nineuk dijo...

Estoy de acuerdo. Tambien creo que la "tensión" sexual mediatiza mucho esas amistades. Lo cual no es necesariamente malo.