miércoles, 3 de octubre de 2012

DESDE DENTRO


One flew Over The Cuckoo's Nest
 “Loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo, menos la razón”. Gilbert K. Cherterton. 


El donostiarra Antxon Rabella ha editado “Desde Dentro"
un relato autobiográfico en el que de forma directa y desmitificadora nos relata sus experiencias personales en diversos ingresos psiquiátricos. A pesar de la dureza evidente del tema, el autor se las ingenia para ofrecer un mosaico en el que el descenso a los infiernos se combina con amistades inquebrantables y situaciones donde incluso, tiene cabida el buen humor. Además, el libro reflexiona, sin pontificar en modo alguno, sobre las diferentes terapias con las que te puedes encontrar cuando tienes problemas psiquiátricos y el daño que algunas de ellas pueden llegar a hacerte. Reproduzco un párrafo para que te hagas una idea.


Despierto de un sueño profundo. No sé dónde estoy, qué día es, si es por la mañana, tarde o noche. Empiezo a tomar conciencia de mi cuerpo poco a poco. Estoy atado a una cama. Completamente atado y sólo puedo mover un poco la cabeza de un lado a otro. No tengo referencias de recuerdos más cercanos que los de la noche en que tomé el veneno. No sé cómo vine a parar a esta cama ni quiénes, cuándo o por qué me ataron. Luego me contaron que entre aquel episodio del veneno y éste que cuento, pasaron algunas cosas espantosas que fui rememorando por secuencias poco a poco. Pero estoy atado a una cama en una habitación pintada de blanco. A mi lado hay otra cama vacía. Pienso que es un sueño, una pesadilla de la que despertaré, una broma pesada de cámara oculta (pero no, no podrían ser tan bestias; aunque quién sabe a estas alturas) Grito socorro y auxilio por primera y única vez en mi vida. Nadie aparece. Comienzo a tener ligeras sospechas de dónde me puedo encontrar pero todavía no lo sé. Entra en la habitación una persona con barba de no sé cuantos años, pero por lo menos aparenta más de treinta ante mis poco hábiles ojos para esas apreciaciones. Entonces le digo directamente al barbudo: “Oye ¿y esto qué es?” El interpelado me mira como si fuéramos amigos de toda la vida y estuviera siempre haciéndole la misma pregunta. Me dice con toda naturalidad que es un hospital, y que él es mi compañero de habitación. Le pido que me explique por qué está él allí y por qué estoy yo en semejante condición. El barbudo no contesta a la segunda pregunta pero con la respuesta que da a la primera, el antes confundido atado (o sea, yo) se hace definitivamente cargo de la situación. El barbudo, (al que pienso que ya debería de haberle preguntado el nombre) dice que está allí porque le perseguían los medios audiovisuales y que en consecuencia puso una denuncia; tras ello, tuvo algún tipo de juicio, lo ganó y lo trajeron allí. Un sudor frío me recorre toda la espalda de un golpe: ¡NO! ¡Horror!!! Psiquiátrico. En mi ignorancia e inexperiencia me río por dentro de lo que el compañero me dice sin recordar en aquel momento que yo estoy en una situación peor: Un Loco, pienso. Un Loco en el psiquiátrico y yo atado a una cama. ¿Cómo ha podido suceder esto? Todo parece tan absurdo en ese instante, tan absurdo... Era mi primer ingreso. --Por favor-le digo al barbudo- vete a donde el director de este lugar y dile que me suelten, que yo no estoy loco… El barbudo se va. Aparece una auxiliar menudita. Le pido que me suelten. Ella me habla desde unos metros de distancia y sin levantar mucho la voz, como si yo fuera peligroso incluso atado. Me pregunta si quiero hablar con el médico. Le digo que sí. Se va. Llega un celador. Se apoya en una jamba de la puerta abierta con toda su corpulencia Me observa campechanamente, mientras yo sigo atado; mira alternativamente hacia el pasillo y hacia mí. Le pido también que me desaten, por favor. “Que me tengo que ir a mi casa”. No andaba nada bien de reflejos para decir esa última frase en aquel momento. -- Pero es que lo que tú has hecho es bastante gordo, así que no te podemos dejar salir así como así. Por fin y tras varios minutos de espera, deciden soltarme. Casi no tengo fuerzas. No podría matar ni a una mosca. No tengo ni idea de las curiosidades y situaciones surrealistas que me va a tocar presenciar en unos años. No sé que lo de atar personas es una práctica muy usual en los psiquiátricos. No sé, por poner un ejemplo, que conoceré a Ángel, un chico de pelo largo del que me haría muy amigo, al que también ataban y del que luego hablaremos. Al tiempo. Ya en un despacho, un médico me dice que se alegra de que ahora tenga ganas de hablar. --¿Cómo dice? -- Bueno, dejémoslo estar. Usted se llama como pone aquí, vive en San Sebastián, en el barrio de tal, calle... --Sí. --Bien, en cuanto al tema que nos atañe, sabe que le trajeron aquí el día 23 de Enero –yo no sabía eso-- procedente de la sección de observación del hospital general, tras haber estado ingresado allí durante día y medio, en el cual se le realizó un lavado de estómago al haber ingresado usted aduciendo haber ingerido matarratas con la idea de matarse. No recuerdo nada, le contesto, salvo lo del matarratas. Del resto no puedo hablar pues no lo recuerdo, repito… --Ya, bueno, normal. Bien, pues esto ya no es más que papeleo... Me hice muchas ilusiones al escucharle decir eso pues pensé que me soltaban. Pero, sorpresa, el médico cuyo nombre no recuerdo entra otra vez en acción con muy malas noticias: --Considerando lo ocurrido creemos que le conviene quedarse aquí durante unos días, para hablar de lo que ha pasado, darle la medicación adecuada etc --Pero podría tomar la medicación en mi casa y venir a hablar aquí de lo que haga falta. Él psiquiatra mira a la enfermera que estaba allí acompañándole con lo que al paciente le parece ser una insultante sonrisa de ironía resignada. Ya empiezo a sentirme en manos de un idiota cosa que no tardará en reafirmarse en mi mente en el momento que rememore lo que realmente ocurrió. -- En un caso como éste, es mejor que se quede ingresado. Si no quiere hacerlo voluntariamente, se quedaría por orden del juez, y no hay otra alternativa. ¿Quiere firmar el ingreso voluntario o prefiere que lo hagamos por vía judicial? Si de todas maneras me iba a tener que quedar, aquél era un estúpido formalismo, pero no estaba yo con ganas ni fuerzas de ser irónico o sarcástico, así que firmé el documento de ingreso voluntario y a otra cosa. Pero menudo recibimiento. (Lo curioso del caso es que pasadas unas horas comencé a recordarlo todo, primero en imágenes intermitentes y luego con nitidez; recordé el día en el que me hacían el lavado de estómago y mis primos me miraban con exasperación, una exasperación que caminaba entre el cariño y cierto cansancio cercano al asco; recuerdo también la noche posterior, la más dura de mi vida, con una crisis de pánico sacudiéndome lentamente y minuto a minuto , ahogándome en el terror hasta que perdí la cordura. En realidad la perdí a medias. Me desperté viendo a mis padres pero sin sentir que ellos me vieran o percibieran; aunque me miraban, yo creía que los soñaba sin formar parte de la escena y por eso no hacía caso a lo que me decían pues no creía que me mirasen ni me hablasen a mí. Mis padres se enfadaron. Y el primo que vino luego alucinaba pero él fue el único que se dio cuenta de lo que me pasaba pues el médico arriba mencionado, cuando me recibió en consulta, con mis familiares al lado, me decía frases del tipo de “Está visto que está usted en actitud de no hablar: Déjenme solo con él” Cara a cara, enciende un cigarrillo y me echa el humo a la cara. Ahí se acaban los recuerdos hasta que me despierto atado, esta vez completamente consciente. Conozco a una doctora que me ha dicho alguna vez que me gusta mucho despotricar sobre algunos psiquiatras; cierto; pero en este caso juzguen ustedes a este hombre, que yo no estoy libre de culpas ).

5 comentarios:

karazo dijo...

me gusta rober, yo por desgracia d eso se mucho.

nineuk dijo...

Pues no sabía que supieras tanto. Un abrazo Joseba.

susana dijo...

Si en la cama de un hospital y por un problema físico nadie respeta tu opinión y te sientes bastante anulado, no quiero imaginarme en esta situación aunque a veces lo he pensado.
Buen tema Roberto, no abundan por ahí.

Anónimo dijo...

no es lo mismo pero,yo trabajo de auxiliar enfermeria en una residencia de disminuidos psiquikos fisicos y sensoriales profundos.jamás imagine currar en algo así,jamas imaginé lo que aportan a uno.solo quiero decir que es una putada y a la vez una maravilla trabajar con personas así,ya que esos y otros problemas existen y existiran lo mejor en mi modesta opinion es que quien trabaje con ellos lo haga con gusto,no es necesario con amor (eso al final sale o no)solo con gusto.al menos a mi me va genial quitando a los mamones de los jefes (que lo son,y muuuucho)jejejj. salut!!
jimmy.

Antxon Rabella dijo...

Susana maja, ya desde entonces tuviste empatía con mi situación. Sí, tienes alma, mucha.