viernes, 30 de junio de 2017

LA MIRADA DEL PADRE



Imposible olvidar aquella mirada. La llevaré conmigo hasta la tumba. Yo caminaba joven y arrogante con mis nuevos amigos hacia el tren que nos llevaría a Barakaldo. Llevábamos las galas adecuadas para una noche de auténtico punk-rock, en aquellos locos ochenta en los que se podían exhibir botellas por la calle sin mayores problemas. El mundo era nuestro. ¿Me gustaban todos los acompañantes? No. Por unos sentía cierta admiración por su atrevimiento y su curriculum de enfrentamientos con el poder. Otros me resultaban divertidos y también había alguno que, simplemente, habría borrado de la lista sin contemplaciones, gente que me resultaba estúpida y fanfarrona sin mayores aportaciones... pero en fin, yo tampoco sería del gusto de todos. La perfección no existe, al parecer.
Podía sentir diferentes grados de afinidad y simpatía por aquellos compañeros de batalla, pero realmente no sentía, por ninguno de ellos, lo que se conoce por amor.
En ese momento vi a mi padre, que avanzaba hacia nosotros. Observé como se hacía a un lado, con cierto temor, ante aquel tropel escandaloso y aunque traté de evitarlo, finalmente nuestras miradas se cruzaron.
No me paré. Íbamos con cierta prisa a coger el tren y además, no estaba en el código de los 17 años pararse por la calle a charlar con familiares.
Pero aquella mirada no me resultó inocua. Regresa a mí cada cierto tiempo, cargada de significado. A mi padre, a pesar de nuestras diferencias sí le quería. En buena lógica, si lo natural es pasar el mayor tiempo posible con la gente que queremos, yo tendría que haberme quedado con él. “Cuida lo que amas” dicen.
Pero la vida no funciona así. Hasta los  catorce-quince años, hacíamos por coincidir en el balcón de casa para charlar. Hablábamos de deportes, de recuerdos, de política. Yo me ponía especialmente bolchevique para marcar territorio y el, que venía de una infancia aterrada por la guerra y una juventud marcada por la escasez, me advertía  contra los peligros del fanatismo. La guerra había terminado 35 años antes. Una distancia que entonces me parecía descomunal y ahora me parece ridícula.
Entonces aquella mirada me pareció algo sorprendida y levemente amenazadora.
Con el paso de los años la he seguido interpretando y reinterpretando. Ahora la leo así: “Es posible que estés haciendo el idiota, hijo mío, y poco puedo hacer al respecto. Estás en la edad de vivir la vida, lo entiendo, y te ha tocado una época en la que lo puedes hacer. Pero no pretendas ser el más gallo, alguien te ganará siempre y nunca pierdas el timón ni consientas que otros lo lleven por ti . Por lo demás... ya sabes donde estoy”.
Hoy he visto a mi hija y a sus bulliciosas amigas entrar en el metro, camino de no sé qué fiestas.  Iban cargadas de bolsas, felices, riéndose, empujándose.  Justo yo salía de ese mismo vagón que ella tomaba. Nuestras miradas se han cruzado por unos segundos. La suya tenía algo de fastidio y algo también de amor y cierto brillo chispeante.
Creo que la mía se ha nublado un tanto.
    

6 comentarios:

eccemomo dijo...

Es necesaria la fase juvenil de matar al padre, tanto como la fase senil de identificarse con él. Ambas dolorosas.
Me encanta lo claro que explicas todo.

nineuk dijo...

Gracce Ecce... Al final todo son dolores...Bueno, casi todo ;-)

Juli Gan dijo...

Por fin he leído tu post. Esa mirada estaba cargada de una lección vital que no necesita estudiarse y que se aprende sin palabras. La mirada de la experiencia generacional. A fin de cuentas, saliste bien de esa edad necesariamente atolondrada y llena de vida, ¿No? Seguro que ti hija también la ha captado.

nineuk dijo...

Pues sí, vamos saliendo, dejando girones de piel, pero vamos saliendo hasta la derrota final.

Antxon Rabella dijo...


Y con mucha dignidad Roberto. Lo que cuentas de alguna forma nos ha pasado a todos. Es un shock de trenes en distinta dirección generacional. "A mi padre, a pesar de nuestras diferencias sí le quería" Y le quieres y le recuerdas y le hiciste un homenaje en este mismo blog. Todo esto es ley de vida y seguro que como dice Juli, tu hija sentirá lo mismo. Gracias por defender la vulnerabilidad representada en tu vida, pero universal.

Besarkada pila bat!!!


p.d-tenemos que hacer planes para vencer a la derrota final. Soñaremos paseando al lado de la ría.......

nineuk dijo...

Eskerrik asko Antxon. A la derrota final no la derrota nadie, seguramente por suerte. Pero mientras tanto que no falten sueños ni paseos. Por supuesto ;-)