lunes, 16 de noviembre de 2020

IONESCO LEHENDAKARI

Estaba bien aquello del teatro del absurdo. Acostumbrado al teatro clásico o a las obras de teatro de “Estudio Uno” que programaba Televisión Española, cuando aquel director progre trajo a nuestro instituto una versión entusiasta de “La Cantante Calva”, para muchos fue toda un descubrimiento. La representaba un grupo de cómicos independientes de Madrid , con más espíritu que medios, pero aquel día algunos descubrimos que el teatro podía ser algo festivo y divertido y no meramente “educativo”. Bueno, hay que aclarar que por aquel entonces, mediados de los años setenta, yo trataba de hacer teatro junto a algunos compañeros de clase. Lo hacíamos bajo la dirección de Claudio Nadie, un actor y activista argentino huido de la dictadura. El nos explicó quienes eran Ionesco y Becket y nos insistía en que aquello era una manera lúdica y transgresora de mostrar lo absurdo de la existencia misma. Sin llegar a conocerlo a fondo, lo cierto es que aquel teatro del absurdo nos parecía algo alucinante, estimulante, genial. La vida estaba llena de presuntas certezas que marcaban a fuego nuestro destino: “Si no estudias no serás nada en la vida”. “Hay que respetar a padres y educadores”; “Mens sana in corpore sano”; “la familia es la columna vertebral de la sociedad”; “la mili te hará un hombre”. A las certezas del sistema se oponían las otras certezas, a menudo no menos rígidas de buena parte de la izquierda, empeñada entonces en que todo arte tenía una misión revolucionaria, educativa o militante. Así que aquel teatro del absurdo, antes del estallido del rock&roll, fue todo un bálsamo contra el reino de la supuesta lógica aplastante. Los personajes -entre los que no había ninguna cantante calva- repetian lemas idiotas , mantenían conversaciones sin sentido con cara de mucho sentido, presumían de lo abyecto y se avergonzaban de lo sublime, era todo como un sueño bullicioso y desatado en el que no había reglas. La burla alcanzaba a todos los estratos sociales. Era la gloria bendita. El teatro del absurdo viene ahora a mi mente a menudo. Lo veo cuando los ocupas del “Restaurante Montenegro”se presentan como “víctimas de una campaña de difamación” y denuncian al dueño del local “por acoso”, tambien cuando en las ruedas de prensa para hablarnos del COVID aparecen uniformes militares en lugar de batas blancas, cuando el parlamento, lejos de unirse contra la adversidad ofrece un gallinero violento e incomprensible y es capaz de tirarse varias sesiones hablando de todo menos del tema que a todos nos preocupa. Cuando los supuestos expertos te dicen una cosa y la contraria en pocos días sin despeinarse. Qué mejor teatro del absurdo que Josep María Mainat devorado por las fieras de esa telebasura que él mismo promocionó. No, este teatro del absurdo de ahora no es nada divertido. Cuando el absurdo se hace norma, es el tiempo de la cordura.

2 comentarios:

Pascu dijo...

Vivimos la era del relato, no importa la realidad sino cómo vender la versión más favorable. Lo absurdo ahora es defender la verdad sin posesivos

Pascu dijo...

Vivimos la era del relato, no importa la realidad sino cómo vender la versión más favorable. Lo absurdo ahora es defender la verdad sin posesivos