lunes, 12 de abril de 2021

GIRONA-TOULOUSE-BILBAO

 


Aeropuerto de Girona. Exterior. Finales de Agosto. Las vacaciones se han terminado. Son las 11:20 de la mañana y el autobús de Flixbus que debía llevarme de vuelta a Bilbao a las 9:50, seguía sin aparecer. Llamé por teléfono a la compañía y me tuvieron largo rato escuchando solos de saxo y mensajes grabados hasta que una voz bastante seca se dignó a decirme que “no sabía lo que ocurría” y que “le mandaremos un SMS en cuanto sepamos algo” (todavía lo estoy esperando)                                                                

Unos días antes había hecho el trayecto de ida: Bilbao-Toulouse-Girona. Un viaje largo, pero agradable, con dos horas en Toulouse para dar un paseo y comer. No tenía prisa. La vuelta prometía ser algo similar… pero no. El destino tenía previsto algo peor para mí.                                                                                                                                      

Una mujer francesa que esperaba junto a mí llamó a Flixbus-Francia reclamando información y le dijeron que “Llegará otro a las 12, pero va completo”. La mujer se largó de allí arrastrando sus maletas y jurando en francés. Así que decidí buscar una alternativa. Cogí un bus a Barcelona y por la tarde volví en avión. Era la única manera de llegar en el día, ya que al día siguiente tenía que trabajar. Decidí, en un principio, mandarles una reclamación para que me devolvieran el importe del billete y así lo hice. Pasaban los meses y… ni caso. Cada vez que veía un autobús de Flixbus me daban ganas de arrojarles algo. Así que contacté con Kontsumobide para poner una queja y reclamar una indemnización. Nunca lo había hecho. Llevo toda la vida evitando situaciones problemáticas y aguantando pequeños abusos sin decir ni pio, pero, para una vez que decido viajar en bus y dejar el coche aparcado ¿recibo ese trato? Pues nada, les puse una demanda vía consumo y en unos días me vi en un acto de “arbitraje” telemático. Antes, eso sí, consulté con mi abogada -mi hija Magali- que me dejó claros dos conceptos: Habían atentado contra “mi derecho a ser informado” y me habían causado un “perjuicio económico”.                                                                                                                         En una ventanita de mi ordenador veía al tribunal y en la otra a un alemán con cara de cansancio. Nada más empezar leyeron mi demanda y le dijeron al tipo que me hiciera una “oferta económica”. “Estoy dispuesto a ofrecerle 40 euros” me dice el tipo con aires de generosidad. Le digo que no. A continuación, me ofrece 90… De modo que se trataba de un mero regateo… Yo esperaba otro tipo de argumentaciones, no sé, que el autobús se retrasó, o que yo no estaba en la parada adecuada… pero no. El argumentaba ya me habían devuelto el billete (es cierto, lo hicieron después de que les llegó la demanda, no antes) y que era abusivo lo que yo pedía: 133 euros de un viaje en avión. En resumen: acepte usted nuestras miserias y deje de molestar. Así que me vine arriba (un poco) y les dije que no aceptaría nada por debajo del precio del viaje porque no era una cuestión de dinero sino de dignidad. Estos tipos, al parecer, saben que su clientela es, mayormente, de gente humilde y no se molestan ni en disculparse. Al final, el tribunal me dio la razón.  Ya, ya sé que no es el juicio del siglo, pero no sabes lo a gusto que se queda uno.

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