Imposible olvidar aquella mirada. La llevaré conmigo
hasta la tumba. Yo caminaba joven y arrogante con mis nuevos amigos hacia el
tren que nos llevaría a Barakaldo. Llevábamos las galas adecuadas para una
noche de auténtico punk-rock, en aquellos locos ochenta en los que se podían
exhibir botellas por la calle sin mayores problemas. El mundo era nuestro. ¿Me
gustaban todos los acompañantes? No. Por unos sentía cierta admiración por su
atrevimiento y su curriculum de enfrentamientos con el poder. Otros me
resultaban divertidos y también había alguno que, simplemente, habría borrado
de la lista sin contemplaciones, gente que me resultaba estúpida y fanfarrona
sin mayores aportaciones... pero en fin, yo tampoco sería del gusto de todos. La
perfección no existe, al parecer.
Podía sentir diferentes grados de afinidad y
simpatía por aquellos compañeros de batalla, pero realmente no sentía, por
ninguno de ellos, lo que se conoce por amor.
En ese momento vi a mi padre, que avanzaba hacia
nosotros. Observé como se hacía a un lado, con cierto temor, ante aquel tropel
escandaloso y aunque traté de evitarlo, finalmente nuestras miradas se
cruzaron.
No me paré. Íbamos con cierta prisa a coger el tren
y además, no estaba en el código de los 17 años pararse por la calle a charlar
con familiares.
Pero aquella mirada no me resultó inocua. Regresa a
mí cada cierto tiempo, cargada de significado. A mi padre, a pesar de nuestras
diferencias sí le quería. En buena lógica, si lo natural es pasar el mayor
tiempo posible con la gente que queremos, yo tendría que haberme quedado con
él. “Cuida lo que amas” dicen.
Pero la vida no funciona así. Hasta los catorce-quince años, hacíamos por coincidir
en el balcón de casa para charlar. Hablábamos de deportes, de recuerdos, de política.
Yo me ponía especialmente bolchevique para marcar territorio y el, que venía de
una infancia aterrada por la guerra y una juventud marcada por la escasez, me
advertía contra los peligros del
fanatismo. La guerra había terminado 35 años antes. Una distancia que entonces
me parecía descomunal y ahora me parece ridícula.
Entonces aquella mirada me pareció algo sorprendida
y levemente amenazadora.
Con el paso de los años la he seguido interpretando
y reinterpretando. Ahora la leo así: “Es posible que estés haciendo el idiota,
hijo mío, y poco puedo hacer al respecto. Estás en la edad de vivir la vida, lo
entiendo, y te ha tocado una época en la que lo puedes hacer. Pero no pretendas
ser el más gallo, alguien te ganará siempre y nunca pierdas el timón ni
consientas que otros lo lleven por ti . Por lo demás... ya sabes donde estoy”.
Hoy he visto a mi hija y a sus bulliciosas amigas
entrar en el metro, camino de no sé qué fiestas. Iban cargadas de bolsas, felices, riéndose,
empujándose. Justo yo salía de ese mismo
vagón que ella tomaba. Nuestras miradas se han cruzado por unos segundos. La
suya tenía algo de fastidio y algo también de amor y cierto brillo chispeante.
Creo que la mía se ha nublado un tanto.
6 comentarios:
Es necesaria la fase juvenil de matar al padre, tanto como la fase senil de identificarse con él. Ambas dolorosas.
Me encanta lo claro que explicas todo.
Gracce Ecce... Al final todo son dolores...Bueno, casi todo ;-)
Por fin he leído tu post. Esa mirada estaba cargada de una lección vital que no necesita estudiarse y que se aprende sin palabras. La mirada de la experiencia generacional. A fin de cuentas, saliste bien de esa edad necesariamente atolondrada y llena de vida, ¿No? Seguro que ti hija también la ha captado.
Pues sí, vamos saliendo, dejando girones de piel, pero vamos saliendo hasta la derrota final.
Y con mucha dignidad Roberto. Lo que cuentas de alguna forma nos ha pasado a todos. Es un shock de trenes en distinta dirección generacional. "A mi padre, a pesar de nuestras diferencias sí le quería" Y le quieres y le recuerdas y le hiciste un homenaje en este mismo blog. Todo esto es ley de vida y seguro que como dice Juli, tu hija sentirá lo mismo. Gracias por defender la vulnerabilidad representada en tu vida, pero universal.
Besarkada pila bat!!!
p.d-tenemos que hacer planes para vencer a la derrota final. Soñaremos paseando al lado de la ría.......
Eskerrik asko Antxon. A la derrota final no la derrota nadie, seguramente por suerte. Pero mientras tanto que no falten sueños ni paseos. Por supuesto ;-)
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