Mi primo Joseba me manda esto y como lo veo interesante lo reproduzco por si no lo conoceis. Lo firma Amador, el destinatario de aquellos libros sobre ética y demás que le dirigía su padre Fernando (Fernandez -por lo visto-) Savater. Al chico lo invitaron a cenar y se cabreó con todos los comensales. Yo no estoy seguro de si tiene o no razón (ni siquiera se con exactitud lo que viene a defender) pero ya me hubiera gustado ser testigo de lo que cuenta, ya:
Mi reunión con la ministra González Sinde
[Amador Fernández-Savater, coeditor de Acuarela Libros, fue invitado (por azar, por
error o por alguna razón desconocida) a una reunión con la ministra de Cultura y
otras figuras relevantes de la industria cultural española para hablar sobre la Ley
Sinde, el tema de las descargas, etc. En este texto cuenta lo que vivió, lo que escuchó
y lo que ha pensado desde entonces. Su conclusión es simple: es el miedo quien
gobierna, el miedo conservador a la crisis de los modelos dominantes, el miedo
reactivo a la gente (sobre todo a la gente joven), el miedo a la rebelión de los
públicos, a la Red y al futuro desconocido.]
La semana pasada recibí una llamada del Ministerio de Cultura. Se me invitaba a una
reunión-cena el viernes 7 con la ministra y otras personas del mundo de la cultura. Al
parecer, la reunión era una más en una serie de contactos que el Ministerio está
buscando ahora para pulsar la opinión en el sector sobre el tema de las descargas, la
tristemente célebre Ley Sinde, etc. Acepté, pensando que igual después de la bofetada
que se había llevado la ley en el Congreso (y la calle y la Red) se estaban abriendo
preguntas, replanteándose cosas. Y que tal vez yo podía aportar algo ahí como
pequeño editor que publica habitualmente con licencias Creative Commons y como
alguien implicado desde hace años en los movimientos copyleft/cultura libre.
El mismo día de la reunión-cena conocí el nombre del resto de invitados: Álex de la
Iglesia, Soledad Giménez, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Alberto García
Álix, Ouka Leele, Luis Gordillo, Juan Diego Botto, Manuel Gutiérrez Aragón,
Gonzalo Suárez (relacionado con el ámbito de los vídeo-juegos), Cristina García
Rodero y al menos dos personas más cuyos nombres no recuerdo ahora (perdón).
¡Vaya sorpresa! De pronto me sentí descolocado, como fuera de lugar. En primer
lugar, porque yo no ocupo en el mundo de la edición un lugar ni siquiera
remotamente comparable al de Álex de la Iglesia en el ámbito del cine o Muñoz
Molina en el de la literatura. Y luego, porque tuve la intuición de que los invitados
compartían más o menos una misma visión sobre el problema que nos reunía. En
concreto, imaginaba (correctamente) que sería el único que no veía con buenos ojos
la Ley Sinde y que no se sintió muy triste cuando fue rechazada en el Congreso (más
bien lo contrario). De pronto me asaltaron las preguntas: ¿qué pintaba yo ahí? ¿En
calidad de qué se me invitaba, qué se esperaba de mi? ¿Se conocía mi vinculación a
los movimientos copyleft/cultura libre? ¿Qué podíamos discutir razonablemente
tantas personas en medio de una cena? ¿Cuál era el objetivo de todo esto?
Con todas esas preguntas bailando en mi cabeza, acudí a la reunión. Y ahora he
decidido contar mis impresiones. Por un lado, porque me gustaría compartir la
preocupación que me generó lo que escuché aquella noche. Me preocupa que quien
tiene que legislar sobre la Red la conozca tan mal. Me preocupa que sea el miedo
quien está tratando de organizar nuestra percepción de la realidad y quien está
tomando las decisiones gubernamentales. Me preocupa esa combinación de
ignorancia y miedo, porque de ahí sólo puede resultar una cosa: el recurso a la fuerza,
la represión y el castigo. No son los ingredientes básicos de la sociedad en la que yo
quiero vivir.
Por otro lado, querría tratar de explicar lo que pienso algo mejor que el viernes.
Porque confieso desde ahora que no hice un papel demasiado brillante que digamos.
Lo que escuchaba me sublevó hasta tal punto que de pronto me descubrí discutiendo
de mala manera con quince personas a la vez (quince contra uno, mierda para...). Y
cuando uno ataca y se defiende olvida los matices, los posibles puntos en común con
el otro y las dudas que tiene. De hecho me acaloré tanto que la persona que tenía al
lado me pidió que me tranquilizara porque le estaba subiendo la tensión (!). Tengo un
amigo que dice: “no te arrepientas de tus prontos, pero vuelve sobre los problemas”.
Así que aquí estoy también para eso.
Quizá haya por ahí algún morboso preguntándose qué nos dieron para cenar. Yo se lo
cuento, no hay problema, es muy sencillo. Fue plato único: miedo. El miedo lo
impregnaba todo. Miedo al presente, miedo al porvenir, miedo a la gente (sobre todo
a la gente joven), miedo a la rebelión de los públicos, miedo a la Red. Siento decir
que no percibí ninguna voluntad de cambiar el rumbo, de mirar a otros sitios, de
escuchar o imaginar alternativas que no pasen simplemente por insistir con la Ley
Sinde o similares. Sólo palpé ese miedo reactivo que paraliza la imaginación (política
pero no sólo) para abrir y empujar otros futuros. Ese miedo que lleva aparejado un
conservadurismo feroz que se aferra a lo que hay como si fuera lo único que puede
haber. Un miedo que ve enemigos, amenazas y traidores por todas partes.
Quien repase la lista de invitados concluirá enseguida que se trata del miedo a la
crisis irreversible de un modelo cultural y de negocio en el que “el ganador se lo lleva
todo” y los demás poco o nada. Pero no nos lo pongamos demasiado fácil y pensemos
generosamente que el miedo que circulaba en la cena no sólo expresa el terror a
perder una posición personal de poder y de privilegio, sino que también encierra una
preocupación muy legítima por la suerte de los trabajadores de la cultura.
Ciertamente, hay una pregunta que nos hacemos todos1 y que tal vez podría ser un
frágil hilo común entre las distintas posiciones en juego en este conflicto: ¿cómo
pueden los trabajadores de la cultura vivir de su trabajo hoy en día?
Lo que pasa es que algunos nos preguntamos cómo podemos vivir los trabajadores de
la cultura de nuestro trabajo pero añadiendo (entre otras muchas cosas): en un mundo
que es y será infinitamente copiable y reproducible (¡viva!). Y hay otros que
encierran su legítima preocupación en un marco de interpretación estrechísimo: la
industria cultural, el autor individual y propietario, la legislación actual de la
propiedad intelectual, etc. O sea el problema no es el temor y la preocupación, sino el
marco que le da sentido. Ese marco tan estrecho nos atrapa en un verdadero callejón
sin salida en el que sólo se puede pensar cómo estiramos lo que ya hay. Y mucho me
temo que la única respuesta posible es: mediante el miedo. Responder al miedo con el
miedo, tratar de que los demás prueben el miedo que uno tiene. Ley, represión,
castigo. Lo expresó muy claramente alguien en la reunión, refiriéndose al modelo
americano para combatir las descargas: “eso es, que al menos la gente sienta miedo”.
Me temo que esa es la educación para la ciudadanía que nos espera si no aprendemos
a mirar desde otro marco.
Tienen miedo a la Red. Esto es muy fácil de entender: la mayoría de mis compañeros
de mesa piensan que “copiar es robar”. Parten de ahí, ese principio organiza su
cabeza. ¿Cómo se ve la Red, que ha nacido para el intercambio, desde ese
presupuesto? Está muy claro: es el lugar de un saqueo total y permanente. “¡La gente
usa mis fotos como perfil en Facebook!”, se quejaba amargamente alguien que vive
de la fotografía en la cena. Copiar es robar. No regalar, donar, compartir, dar a
conocer, difundir o ensanchar lo común. No, es robar. Traté de explicar que para
muchos creadores la visibilidad que viene con la copia puede ser un potencial
decisivo. Me miraban raro y yo me sentía un marciano.
Me parece un hecho gravísimo que quienes deben legislar sobre la Red no la
conozcan ni la aprecien realmente por lo que es, que ante todo la teman. No la
entienden técnicamente, ni jurídicamente, ni culturalmente, ni subjetivamente. Nada.
De ahí se deducen chapuzas tipo Ley Sinde, que confunde las páginas de enlaces y
las páginas que albergan contenidos. De ahí la propia idea recurrente de que cerrando
doscientas webs se acabarán los problemas, como si después de Napster no hubiesen
llegado Audiogalaxy, Kazaa, Emule, Megavideo, etc. De ahí las derrotas que sufren
una y otra vez en los juzgados. De ahí el hecho excepcional de que personas de todos
los colores políticos (y apolíticos) se junten para denunciar la vulneración de
derechos fundamentales que perpetran esas leyes torpes y ciegas.
Tienen miedo a la gente. Cuando había decidido desconectar y concentrarme en el
atún rojo, se empezó a hablar de los usuarios de la Red. “Esos consumidores
irresponsables que lo quieren todo gratis”, “esos egoístas caprichosos que no saben
valorar el trabajo ni el esfuerzo de una obra”. Y ahí me empecé a poner malo. Las
personas se bajan material gratuito de la Red por una multiplicidad de motivos que
esos clichés no contemplan. Por ejemplo, están todos aquellos que no encuentran una
oferta de pago razonable y sencilla. Pero la idea que tratan de imponernos los
estereotipos es la siguiente: si yo me atocino la tarde del domingo con mi novia en el
cine viendo una peli cualquiera, estoy valorando la cultura porque pago por ella. Y si
me paso dos semanas traduciendo y subtitulando mi serie preferida para compartirla
en la Red, no soy más que un despreciable consumidor parásito que está hundiendo la
cultura. Es increíble, ¿no? Pues la Red está hecha de un millón de esos gestos
desinteresados. Y miles de personas (por ejemplo, trabajadores culturales azuzados
por la precariedad) se descargan habitualmente material de la Red porque quieren
hacer algo con todo ello: conocer y alimentarse para crear. Es precisamente una
tensión activa y creativa la que mueve a muchos a buscar y a intercambiar, ¡enteráos!
Lo que hay aquí es una élite que está perdiendo el monopolio de la palabra y de la
configuración de la realidad. Y sus discursos traducen una mezcla de disgusto y rabia
hacia esos actores desconocidos que entran en escena y desbaratan lo que estaba
atado y bien atado. Ay, qué cómodas eran las cosas cuando no había más que
audiencias sometidas. Pero ahora los públicos se rebelan: hablan, escriben, se
manifiestan, intervienen, abuchean, pitan, boicotean, silban. En la reunión se podía
palpar el pánico: “nos están enfrentando con nuestro público, esto es muy grave”.
Pero, ¿quién es ese “nos” que “nos enfrenta a nuestro público”? Misterio. ¿Seguro
que el público no tiene ninguna razón verdadera para el cabreo? ¿No es esa una
manera de seguir pensando al público como una masa de borregos teledirigida desde
algún poder maléfico? ¿Y si el público percibe perfectamente el desprecio con el que
se le concibe cuando se le trata como a un simple consumidor que sólo debe pagar y
callar?
Tienen miedo al futuro. “¿Pero tu qué propones?” Esa pregunta es siempre una
manera eficaz de cerrar una conversación, de dejar de escuchar, de poner punto y
final a un intercambio de argumentos. Uno parece obligado a tener soluciones para
una situación complejísima con miles de personas implicadas. Yo no tengo ninguna
respuesta, ninguna, pero creo que tengo alguna buena pregunta. En el mismo sentido,
creo que lo más valioso del movimiento por una cultura libre no es que proponga
soluciones (aunque se están experimentando muchas, como Creative Commons), sino
que plantea unas nuevas bases donde algunas buenas respuestas pueden llegar a tener
lugar. Me refiero a un cambio en las ideas, otro marco de interpretación de la
realidad. Una revolución mental que nos saque fuera del callejón sin salida, otro
cerebro. Que no confunda a los creadores ni a la cultura con la industria cultural, que
no confunda los problemas del star-system con los del conjunto de los trabajadores de
la cultura, que no confunda el intercambio en la Red con la piratería, etc.
Eso sí, hablé del papel fundamental que para mí podrían tener hoy las políticas
públicas para promover un nuevo contrato social y evitar la devastación de la enésima
reconversión industrial, para acompañar/sostener una transformación hacia otros
modelos, más libres, más justos, más apegados al paradigma emergente de la Red.
Como se ha escrito, “la inversión pública masiva en estudios de grabación,
mediatecas y gabinetes de edición públicos que utilicen intensivamente los recursos
contemporáneos -crowdsourcing, P2P, licencias víricas- podría hacer cambiar de
posición a agentes sociales hasta ahora refractarios o poco sensibles a los
movimientos de conocimiento libre”2. Pero mientras yo hablaba en este sentido tenía
todo el rato la sensación de arar en el mar. Ojalá me equivoque, porque si no la cosa
pinta mal: será la guerra de todos contra todos.
Ya acabo. Durante toda la reunión, no pude sacarme de la cabeza las imágenes de la
película El hundimiento: encerrados en un búnker, sin ver ni querer ver el afuera,
delirando planes inaplicables para ganar la guerra, atados unos a otros por fidelidades
torpes, muertos de miedo porque el fin se acerca, viendo enemigos y traidores por
todos lados, sin atreverse a cuestionar las ideas que les arrastran al abismo, temerosos
de los bárbaros que están a punto de llegar... 3
¡Pero es que el búnker ni siquiera existe! Los “bárbaros” ya están dentro. Me gustaría
saber cuántos de los invitados a la cena dejaron encendidos sus ordenadores en casa
descargándose alguna película. A mi lado alguien me dijo: “tengo una hija de
dieciséis años que se lo baja todo”. Y me confesó que no le acababa de convencer el
imaginario que circulaba por allí sobre la gente joven. Ese tipo de cosas constituyen
para mí la esperanza, la posibilidad de razonar desde otro sitio que no sea sólo el del
miedo y los estereotipos denigratorios. Propongo que cada uno de los asistentes a la
próxima cena hable un rato sobre el tema con sus hijos antes de salir de casa. O
mejor: que se invite a la cena tanto a los padres como a los hijos. Sería quizá una
manera de sacar a los discursos de su búnker, porque entonces se verían obligados a
asumir algunas preguntas incómodas: ¿es mi hijo un pobre cretino y un
descerebrado? ¿Sólo quiero para él que sienta miedo cuando enciende el ordenador?
¿No tiene nada que enseñarme sobre el futuro? El búnker ya no protege de nada, pero
impide que uno escuche y entienda algo.
Amador Fernández-Savater
1 Alguien en la cena reveló que había descubierto recientemente que en “el lado oscuro” también había preocupación
por el tema de la remuneración de los autores/trabajadores/creadores. ¡Aleluya! A pesar de esto, durante toda la
reunión se siguió argumentando como si este conflicto opusiera a los trabajadores de la cultura y a una masa de
consumidores irresponsables que lo quieren “todo gratis”.
2 “Ciberfetichismo y cooperación”, por Igor Sadaba y César Rendueles (http://www.rebelion.org/noticia.php?
id=83311)
3 Por supuesto, el búnker es la vieja industria. El “nuevo capitalismo” (Skype, Youtube, Google) entiende muy bien
que el meollo de la cosa está hoy en que la gente interactúe y comparta, y en aprovecharse de ello sin devolver más
que precariedad.
7 comentarios:
Aupa, Roberto.
Esto lo publicó el propio Amador Fdez. Savater en su blog. http://acuarelalibros.blogspot.com/2011/01/la-cena-del-miedo-mi-reunion-con-la.html. Va ya por los 416 comentarios.
Agur.
Redios: he puesto mal el enlace.
La cena del miedo. A ver si ahora.
Yo te mando esto:
La Banda Trapera en vídeo en http://sonidosdenuestrasvidas.blogspot.com/. Saludos.
No pega pero bueno...
Muy interesantes (de verdad) los dos enlaces. Me he pasado un buen rato paseando por ellos. El Savater Junior ha aprendido de su padre algo más que ética...
http://punkrock77-vomito.blogspot.com/2011/01/ahv-directo-1985-vhs.html
se que te gustara , por si no lo tienes
Efectivamente, gustome...aunque te quedas con las ganas.
Moito obrigado
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