Manolo
comprendió aterrado su irónico destino. Las punzadas en el pecho comenzaron
justo cuando sobrevolaba los mares del sur, su insistente símbolo de plenitud
vital soñada e irrealizable. Rodeado de aquellos orientales con bata blanca que
chillaban a su alrededor concluyó, con gran dolor de corazón, que ni él mismo
habría escrito un final tan jodidamente bueno.
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