A falta de otros temas, aquellos días plúmbeos de la preadolescencia estaban repletos de canciones de amor. Cantos plañideros que nos describían lo que un maromo había llegado a hacer “por el amor de una mujer” o suplicaban una descripción de “quien es él” (el que le había dejado sin novia) o cantaban los atractivos de una tal “Mónica”, “Noelia”, “Loreta”, “Eva María” “María Magdalena” y una lista inmensa de nombres elegidos para rimar en el ripio de turno. Aquellas canciones interpretadas por tipos trajeados con cara de pena copaban la radio y la televisión de la época y daban – al menos para mí- una versión triste, cansina y aburrida del amor. No apetecía nada.
Pero
un domingo por la tarde, sumido en la melancolía propia de la fecha, escuché
una canción de amor que me hizo desear por primera vez que aquello me pasara a
mí. La interpretaba un señor de largas barbotas, con aspecto de profeta y
mirada de buen hombre. Cantaba con los ojos cerrados, acompañado de una vieja
guitarra y con una voz que distaba de ser perfecta, pero sonaba absolutamente
genuina. Un verso en concreto me atrapó especialmente: “Hay, que amor tan grande
el de los dos/ que hasta su luz palideció/ Cuando tu boca me besó”. Mas tarde
pude saberlo: aquel hombre era el argentino Jorge Cafrune y
la canción “No
Quiero ver el Sol” describía un amor furtivo, el de unos amantes que
esperaban la noche para poder buscarse y quererse a gusto “hasta que con el sol
venga la muerte”. Aquel hombre encadenó algunos éxitos a mediados de
los años setenta, especialmente con un tema titulado “Virgen India” que
interpretaba con un niño llamado “Marito”. En febrero 1978 nos llegó
la triste noticia. Al parecer, Cafrune había muerto en accidente de
tráfico.
No fue hasta bien entrados los ochenta cuando empezaron a hacerse
públicos los testimonios contenidos en el informe “Nunca Más” sobre las
violaciones de los derechos humanos cometidos por la dictadura argentina.
Según testimonios que se consignan en el informe, en un
campo de concentración de Córdoba ,el
Teniente Coronel Carlos Enrique Villanueva manifestó que “había que matarlo
para prevenir a los otros”.
Al parecer, los milicos estaban furiosos por un acto de
“desobediencia”. En el festival de Cosquín de enero de 1978 el público le
pidió una canción que estaba expresamente prohibida por la autoridad: “Zamba de mi Esperanza”.
Aquel día la presentó con estas palabras: "aunque no está en el repertorio
autorizado, si mi pueblo me la pide, la voy a cantar". . .
La madrugada del 31 de enero de 1978, cuando marchaba a
caballo rumbo a Yapeyú para depositar un cofre con tierra de Bolougne Sur
Mer en homenaje al general José de San Martín, Cafrune fue
atropellado por una camioneta. Quedó demasiadas horas tirado en la
cuneta, con las costillas incrustadas en los pulmones y al día siguiente
falleció.
La camioneta y su conductor se dieron a la fuga. Por
entonces Yamila, la hija mayor de Jorge tenía 12
años. “Siempre sostuve la idea –declaró su hija en una entrevista-
de que es posible hacer justicia hablando con la verdad, pero desde que pasó lo
de mi papi supe lo que es empezar por casa. Hay numerosas conjeturas posibles:
“Que detrás del accidente estuvo Gendarmería, o la Triple A. Es sabido que
López Rega dijo que Cafrune era más peligroso con una guitarra que un ejército
con armas. “Esto no deja de ser una conjetura, algo que alguien dice que
escuchó” -apuntaba Camila- “Nosotros preferimos creer que fue un accidente.
Llegó un punto en que priorizamos nuestra salud mental”.
Sin embargo, Salvador
Paíno, en su libro “Yo Fundé la Triple A” (1983) no deja lugar a dudas:
“Cafrune no podía ser secuestrado y ejecutado, sino que se necesitaba
planificar algo más complejo para que quedara impune".
2 comentarios:
A mis padres tambien les gustaba Cafrune, creo k por ahi tengo un Single suyo aunque no lo puedo asegurar.
Pues buen gusto tenían tus padres. Si lo encuentras guárdalo como oro en paño...
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