viernes, 15 de abril de 2022

DONOSTIA 1904: TIGRE CONTRA TORO

 


Pongámonos en situación: una plaza de toros repleta de gente rugiente y en medio, sobre la arena, un toro de lidia y un león, convenientemente excitados para la ocasión se enfrentan a vida o muerte en una pugna salvaje.  ¿Estamos hablando del Coliseo romano o similares? No. El “espectáculo” se produjo en la desaparecida plaza de toros del Txofre, en Donostia en un acontecimiento que llenó el recinto a principios del siglo pasado y que está documentado en los periódicos de la época.                                                                                                           El evento podría haber quedado en pura anécdota. Un capítulo más del libro de los horrores en el mundo autodenominado como “civilizado”. Pero aquello se salió de madre y la sangre se derramó más allá de lo previsto.                                                                                Fue el 24 de julio de 1904. Después de una novillada habitual, se anunciaba la lucha entre el tigre de Bengala “Cesar” y el toro “Hurón” de cinco años. En los días previos, los dos animales fueron expuestos al público: el tigre en una jaula y el toro en los corrales de la misma plaza. El “Correo de Guipúzcoa” podía leerse el anuncio: “Mañana tendrá lugar en la plaza de toros el sugestionador, atrayente y esperado espectáculo de la lucha del tigre y el toro”. En el ruedo se montó una enorme jaula de veinte metros de diámetro diseñada por “los señores Sarasola y Carrasco”.                          

Efectivamente se celebró la primera parte del espectáculo, pero la gente lo que estaba ansiosa era por ver como se desarrollaba la pelea entre los dos animales. “El Correo de Guipúzcoa” relataba así lo que ocurrió a continuación:                                                              

«Eran cerca de las  siete cuando comenzó la pelea. Las dos bestias fueron sacadas en jaulones. El tigre venía conducido por Mr. Ramband, comerciante de fieras marsellés, que lo vendió por 7.000 francos, “garantizando su poder y ferocidad”. Ambos animales fueron excitados con disparos y coletazos antes de abrir las compuertas para que sus cajones pasaran al jaulón. La pelea, desde el primer momento tuvo poco interés, con gran dolor de los franceses, que habían apostado por César, porque éste, a pesar de su ferocidad garantizada, comenzó a correr ante los cuernos de Hurón, que, en cuanto le echó la vista encima, le acometió, resuelto a destriparle. Logró alcanzarle, y empuntándole, lo zarandeó terriblemente, arrojándolo luego a la arena y pateándolo a su placer. El pobre César, quejándose, procuraba defenderse a zarpadas y mordiscos, y Hurón fue herido en el hocico y en las patas. Luego el tigre acobardado, se pegó a los barrotes de la jaula y comenzó a dar vueltas, buscando ansioso la salida, mientras el bravo Hurón, en el centro del campo de batalla, mugía escarbando la arena y sin ganas de rematar a su adversario. Pero como el público había ido a ver la muerte de uno de los dos animales, exigió que nuevamente se les excitara para obligarles a combatir. Lo exigieron lo mismo los franceses que los españoles, y obedientes, los empleados de la plaza, consiguieron que César, chamuscado por los cohetes y herido a pinchazos, se levantase, y que Hurón, furioso le pateara y corneara de nuevo, destrozándole un brazuelo. De pronto, el tigre, en un arranque supremo de ferocidad, saltó al cuello del toro, marcando todo a dentellas y zarpazos, y el cornudo, dando una sacudida tremenda, arrojó al felino contra una de las puertas de la jaula, y acometíendole allí con ímpetu terrible, destrozó la puerta, saliendo ambas fieras a la plaza”

Las crónicas relatan como el pánico se extendió rápidamente ya que el tigre podía saltar a los tendidos En esos momentos los migueletes, cuerpo de milicia encargado de la seguridad, armados con pistolas y fusiles Maüsser iniciaron un tiroteo al que se unieron paisanos que portaban pistola, algo, al parecer, habitual en aquellos años. El resultado fue de un muerto y dieciocho heridos. César, el tigre, murió tiroteado en la plaza, rematado por un señor que saltó resuelto con su revolver. El toro, Hurón, fue abatido en el corral. La crónica de “El Correo de Guipúzcoa” terminaba así:

«La sangre ha corrido en la plaza de toros, vertida por las balas Maüsser de la fuerza pública, que con gravísima e injustificada imprudencia rompió, no sabemos por orden de quién, un fuego graneado contra el tigre que yacía agonizante en el ruedo a la puerta misma de la jaula». «¡Pobres hermanos nuestros, que fueron a solazarse un rato y se encontraron con un balazo! Fuimos de fiesta y volvimos de entierro».


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