Ocurrió lo que se temía. De pronto llamaron a la puerta.
Cada golpe de aldaba era como un aguijón en el hígado. Con su peculiar estilo
encendió un cigarrillo y observó la puerta que le aguardaba. Tenía pegada una
foto suya, en su plenitud y varias pintadas sueltas. Sacó una fotografía y la
colgó en la red. Volvieron a aporrear la puerta y entonces dio una última
calada, apagó la colilla, y se marchó a
dar un paseo por el lado salvaje.
2 comentarios:
Estupenda forma de verle partir. Lástima que deje el cigarrillo atrás y no cruce la puerta con el cilindrillo humeante en la boca. Total,¿qué más le puede pasar?. Inmensa la idea de juntar la palabra árabe "aldaba" (ay, las aldabas, lo divertidas que eran) y a un neoyorquino de pura cepa, sabiendo lo fundidos que están los dos conceptos gracias a la ausencia de las torres. Un poquito corto pa mis faraónicos gustos, tú ya sabes, jejeje.
Los muertos no fuman Bruno. Y no me digas que no ha sido elegante hasta pa irse el tio chulo. Genio y figura.
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