De pronto, al ponerme de nuevo la ropa de invierno, palpo en el bolsillo interior del anorak y me encuentro con la entrada cortada de un concierto: 7 de febrero de 2020, Tomasito en el Back Stage Live de Bilbao.
Vienen a mi mente, como si de un videoclip de tratara, imágenes de aquel agitado día. Reencuentros con viejos camaradas, abrazos, risas, el Tomás quedándose con todo el mundo, “agustimísimo” ante un público entregado. Una sala llena de gente, pero sin agobios para bailar o moverse hacia la barra. Uno de esos conciertos en que todo sale redondo, vamos.
Contemplando ahora la entrada, me parece que ha pasado un siglo desde aquel día. Estábamos a solo un mes de todo cambiara radicalmente. En aquel momento el coronavirus era un remoto problema de chinos, las mascarillas eran un objeto ajeno a nuestras vidas, algo que veíamos muy de tarde en tarde y asociado a gremios muy concretos. Si veías a alguien en un aeropuerto con eso en boca te preguntabas que extraña enfermedad padecería. Tampoco sabíamos muy bien que era un “gel hidroalcohólico” y palabras como “resiliencia”, “Covid”, “teletrabajo” o “ERTE” no estaban en nuestros diccionarios. Aquel sería mi último concierto hasta la fecha, si excluimos, claro, los que se ofrecen en “streaming”, otro palabro que se ha quedado a vivir entre nosotros y que flaco favor está haciendo a los músicos.
Ciertamente es mejor eso que nada y en muchos casos ha servido para mantenerse en activo y tener alguna fuente de ingresos, pero, en general, el streaming nos ofrece un directo frío y distante y presenta serias deficiencias en cuanto a imagen y sonido. Aquel remoto día de febrero repleto de abrazos y tratando de guardar la menor distancia social posible, dio paso a un terrible mes de marzo. Un goteo incesante de muertos, unos servicios sanitarios desbordados, miles de economías seriamente afectadas. Llegó el confinamiento, los negacionistas, los “policías de balcón”, los profetas del apocalipsis y esa vacuna, en la que casi todos confiamos, pero no acababa de llegar. Muchas ventanas lucían arco-irises pintados por manos infantiles con un mensaje prometedor: “todo saldrá bien”. Pero lo cierto es que todo salió regular y tras unas semanas de espejismo volvieron los muertos, las advertencias y los cierres.
En lo personal para mí, como para tantos, ha sido un año extraño. He conocido el teletrabajo, las horribles reuniones telemáticas, la suspensión de un concierto muy especial que tenía en Santurtzi y también los ciberataques. Un año de pocos viajes y a poca distancia, muchas series y películas y mucho -quizás demasiado- whatsapp. Desde luego, si alguien ha tenido que sacar provecho de esta situación, ese ha tenido que ser el magnate – ya va siendo hora de que hablemos con propiedad- Mark Zuckerberg y su fabuloso imperio. Terminamos el año en un clima que combina recelos y esperanzas. Prefiero pensar que todo esto puede servir para “repensar” (otra palabra de moda) nuestras relaciones sociales y la importancia de los servicios públicos.
Los comerciantes de Aretxabaleta han publicado un video fantástico en el que, emulando el final de “La Vida de Brian” nos invitan a todos a situarnos en “el lado brillante de la vida” o, ¡en sus propias palabras “Bizipoza ez dusku inork eruengo!” (nadie nos quitará la alegría de vivir) Que así sea.
2 comentarios:
Que así pueda ser Roberto. Yo pienso que con coronavirus o no, esta vida extraña es de algún modo una forma de supervivencia, perdón por la redundancia.
Quiero decir, que después y durante épocas horrorosas yo tengo una prima que solía y suele decir, bueno ¿Pero estamos vivos, no? Pues eso, que queramos o no, o como sea, seguimos vivos y si tenemos algo de alegría pues mucho mejor.
Pues sí Antxon. Sabido es que "cada uno cuenta la feria según le va". Para mí no ha sido un año tan malo. Después del 2018 y sus seis meses de padecimientos, todo me parece ya realtivo. Urte Berri On...
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