Creía despreciar la gloria. Se engañaba. En realidad la
estaba buscando. Ahora puede sentir su dulce caricia. Los homenajes emotivos,
los premios a toda una carrera, su nombre en boca de profesores e
historiadores, su busto en calles y plazas, las nuevas generaciones de
aficionados que le vitorean y le disfrutan como se merece. Ahora, sí, saborea el delicioso sabor de la gloria. La vive con deleite mientras dura el efecto de la morfina que le
aplica la enfermera. Después se esfumará.
Pero ¿a quien le importa?.
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