Comencé la lectura del libro “El Hombre que amaba alos Perros”, de Leonardo Padura, justo al comienzo de mis vacaciones. El protagonista de la novela conocía a un
extraño personaje en una remota playa de Cuba. Cuando yo levantaba la cabeza
del libro me encontraba en la bulliciosa y surfera playa de Sopela, en plena
efervescencia.
Las penalidades de Trotsky en Turquía me pillaron
sentado en el trono del baño, tratando de poner punto final a una horrible
digestión post-cervecera. Los desastrosos enfrentamientos entre distintas
facciones del bando republicano en Barcelona, durante la guerra civil,
coincidieron con el viaje en Ferry de Barcelona a Cerdeña. Me quedé dormido con
el libro encima, arrullado por ese rumor irregular de los motores de barco, que
te mantienen en con-con-stante tem-tem-bleque. Cada poco tiempo los tiroteos
entre milicias del POUM y los Estalinistas del PCE me despertaban en plena
taquicardia.
Despues llegó un periodo mas calmado. Un apartamento
en la urbanización “Costa Paradiso” al norte de la isla, donde los pacíficos
jabalíes campan a sus anchas (no es broma) y donde conviven turistas y tatuajes
de toda Europa en progresiva africanización de la piel. La terraza fue el marco
donde Ramón Mercader, pijo de la burguesía condal metido a estalinista radical,
se iba convirtiendo, de la mano de la inteligencia rusa, en el vividor belga Jacques
Mornard, un trabajo lento y concienzudo que habría de llevarle hasta el
asesinato del "gran traidor", "el demonio", "el enemigo de los proletarios de todo
el mundo", "el cómplice de los nazis" , "el horrible" Leon Trotsky.
El caprichoso destino quiso que otra vez la playa, esta vez
mediterranea, me sorprendiera con un Trotsky rijosillo que se pone pilongo con
la exuberante Frida Khalo y con su hermana y no tiene reparos en dar rienda
suelta a sus apetitos aun sabiendo que puede cabrear a su esposa Natalia
Shedova y a su anfitrión Diego Rivera...
En la agencia de viajes nos aconsejaron no coger el camarote
para la vuelta, a las siete de la mañana “Se puede dormir muy bien en las
butacas y el barco está lleno de entretenimientos”. Error. La sala de las
butacas solo era soportable con buenas mantas de lana –que solo algunos
informados portaban- y los atractivos del barco no daban ni para dos de las
doce horas de travesía. Así que entre partidas al futbolín y cabezaditas en todos
los rincones imaginables –algunos inimaginables también- fui sufriendo los rigores de las tropas
republicanas abandonando España por la frontera de Francia, zarandeados por
soldados coloniales senegaleses y despreciados por unos vecinos que se habían mantenido
fríos y distantes durante la vergonzosa asonada franquista.
En uno de los dolorosos despertares, sobre una mesa metálica,
una punzada en la cabeza me hizo recordar el piolet con el que
Mercader/Mornard acabó con la vida del
pobre León , que profirió un alarido de tal intensidad que quedó grabado para
siempre entre las paredes del cráneo de su asesino...
Inevitablemente este libro –seriamente recomendable por
cierto- estará siempre unido en mi memoria a este viaje. Lo mismo que “El
Fulgor y la Sangre” será siempre Estella y “Obabakoak” el barrio oniatiarra de
Araotz...
El verano es tiempo de cocktails. Y a veces funcionan.
2 comentarios:
Vaya Roberto, por muy bueno que sea el libro, el coctail de asociaciones relativos a su recuerdo (trono por mala digestión, playa tranquila, frío del Ferry) no es muy placentera, si aun así lo recomiendas es que ¡,sarna con gusto no pico
JEJEJE. Bueno, en realidad se combinan situaciones de todo tipo. El trono del WC no era especialmente conflictivo y el el maldito Ferry de vuelta, el libro me sirvió para salir de allí, siquiera con la imaginación... Lo recomiendo vivamente, es un gran libro...
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