Nunca, ni en sus mejores momentos, se habían visto tantas camisetas de los Ramones por la calle. Uno ve a esa gente tan joven luciendo su escudo en el pecho y se pregunta ¿hasta qué punto sabrán lo que llevan puesto?
Ramones eran la pura imagen de la contundencia. Irrumpieron en nuestras vidas como un misil y durante meses no quisimos oír nada más. Cuatro cabestros a nuestra medida, uniformados en cuero, vaqueros y gafas oscuras haciendo canciones de dos minutos sin un solo punteo. ¡Era exactamente lo que necesitábamos en aquel momento: ruido, velocidad, alegría, lemas repetidos … One! Two! Three! four! Música para saltar, música para escuchar con todo el cuerpo. Llegaban de la lejana y mitificada New York, pero parecían como de casa. Para ser un Ramone no hacían falta muñequeras de pinchos ni melenas cardadas, bastaban unos vaqueros, una camiseta, una chupa de cuero y unas “John Smith” (ahora ya Converse) y si querías formar una banda “ramonera” eran suficientes tres acordes y a veces te sobraba uno.
Todo nos parecía
entonces de lo más coherente. Esos tipos malencarados no necesitaban tener
biografía ni escándalos, ni largas entrevistas en las revistas de rock. Por no
tener no tenían ni apellido, todos pasaban a ser “Ramone” según entraban en la
banda. Ese sonido rápido, sencillo y estridente, que ahora parece lo más normal
del mundo, era toda una novedad cuando surgió. De hecho, al principio no fue
bien aceptado entre los rockeros de la época. La línea mayoritaria en aquellos
mediados setenta apostaba entonces por fórmulas mas complejas, por la
superación de los sencillos sesenta y aquel punk emergente resultaba demasiado
simple, demasiado macarra en la era de los Zeppelin y los Pink Floyd.
En septiembre del año 1981, los Ramones llegaban al
velódromo de Anoeta. Un montón de fieles nos amontonamos en el tren
Bilbao-Donostia (que entonces tardaba una eternidad) para asistir a un evento
que no olvidaré mientras viva. El espectáculo no duró mucho más de una hora,
pero ¡que hora! Estuvimos en las primeras filas saltando y chocando como
posesos sin poder creer los que teníamos delante. La pura condensación del
mejor espíritu del rock & roll que imaginarse pudiera. Pero sí. Ellos
también tenían su historia interna y por lo que hemos podido saber una historia
más bien triste. El documental sobre su andadura “The End of The Century” está
ahora disponible en Youtube con subtítulos. El regusto final no puede ser más
amargo. Resulta que Johny y Joey, guitarra y cantante estuvieron los 17 últimos
años de su carrera sin hablarse. Joey consideraba que Johny le había robado a
su chica. Esto creo un ambiente horrible que, sin embargo, no terminó con la
banda, pero sí con su convivencia. Tommy, el batería acabó huyendo de la quema
y Dee Dee, el bajista se enganchó a las drogas, que finalmente le llevarían a
la muerte. La política también les dividió. Joey era un abanderado de causas
izquierdistas mientras Johny era un republicano convencido. Es muy
significativo el momento en el que acuden a recibir su estrella en el “Hall of
Fame”. Johny se lo dedica a George Bush y Dee De se homenajea a sí mismo con un
discurso que destila hartazgo. Para entonces Joey, el cantante, que siempre
tuvo problemas de disfuncionalidad, había fallecido de cáncer. . Cuatro amigos
de un barrio unidos por su afición a los Stooges hacen realidad su sueño y
acaban arrastrando su nombre por los escenarios sin el menor feeling interno.
Como dice Dee Dee en cierto momento del reportaje “Tenemos lo que cualquier
joven del mundo querría tener y ni siquiera somos capaces de comunicarnos…
¿Quién lo entiende?”
En fin. Siempre nos quedará Anoeta.
3 comentarios:
Buena historia. Me veré el documental.
Bieeeen . Ya haremos análisis de texo ;-)
me encanto, estuve en River Plate en el ultimo recital en Argentina !!!
Hey Ho! Let's Go
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