Pintada de los ochenta
Recientemente leí en este mismo periódico que
Bielorrusia presume en sus guías turísticas de ser un país “donde no
encontrarás grafitis en las paredes”. Durante los años de mi infancia, en los
remotos años sesenta solo recuerdo una pintada en la fachada del edificio más céntrico
de mi pueblo. Era la cara de un joven Francisco Franco con gorro de legionario
y una leyenda a su lado: “25 años de paz”. Estaba realizada con un molde (algún
falangista se adelantó varias décadas a Banksy) y duró muchos años en aquella
pared.
Bien entrados los años setenta empezaron a verse las primeras proclamas pintadas urgentemente con espray: llamamientos a la huelga, peticiones de amnistía o lemas como “Herriak Ez du Barkatuko” tras algún atropello de la dictadura franquista. Aquellos mensajes se hacían de noche, a gran velocidad y como consecuencia, no era raro que faltara alguna letra o que fueran tan legibles como la receta de un médico.
Con la transición y la legalización de los partidos políticos el mundo de los murales políticos conoció una época dorada en cuanto a abundancia. En las películas que muestran las ciudades vascas de la época puede verse aquella abundancia de puños en alto, hoces y martillos, símbolos antinucleares y un larguísimo etcétera. Ya no había tanta prisa a la hora de pintar. En general la autoridad competente prefería mirar para otro lado. Recuerdo que en cierta ocasión paré a un joven francés que hacía auto-stop en Donostia. Aunque nuestra conversación no podía ser muy fluida, él estaba admirado de la cantidad de pintadas que había por la calle y me decía que en Francia “No había tanta libertad”, como podréis suponer el ataque de risa casi me hace perder el control del coche. Muchos recordareís la campaña del Ayuntamiento de Bilbao para cubrir con pintura verde aquellas pintadas.
En los años ochenta los murales se hicieron más diversos. Empezaron a verse esas fachadas traseras ocupadas completamente por pintadas trabajadas al detalle y hacia el final de la década irrumpieron los graffitis de estética “hip-hop”, palabras a menudo incomprensibles escritas con diversos sprays de colores y que aspiraban a ocupar cualquier superficie pintable que imaginarse pueda. Las intenciones propagandísticas o “concienciadoras” de las anteriores décadas desaparecían por completo. Para el común de los mortales esas palabras incomprensibles que ocupan tantas pareces no comunican absolutamente nada. El fenómeno constituye una parte muy gráfica de la llamada “globalización”. Este tipo de graffitis son muy similares en New York, Caracas o Toronto. ¿y que quieren comunicar estos Graffitis? Un amigo graffitero me confesó en cierta ocasión, que a ninguno de los artistas del gremio le preocupaba que se les entendiera. Que era más bien una cuestión narcisista, algo así como “esta es mi firma”.
Un estudio de investigación
titulado “El Mensaje del Graffiti” y publicado por la Universidad de Florencia
llega a la siguiente conclusión: el graffiti es un medio de comunicación de una
tribu urbana, que sirve para cohesionar las partes, y al mismo tiempo crea
una jerarquización de sus integrantes de acuerdo con el nivel alcanzado
por los escritores de graffiti. Se necesita el aprendizaje de un
código para poder referirse a las piezas que vemos, y más que nada si
queremos entender sus propósitos, ya que, para la vista desprovista de
información previa, estas piezas pueden terminar siendo suciedad visual en
las paredes de la ciudad. Muchas personas no lo aprecian y lo tildan de
vandalismo. Estamos ya en 2021 y ese tipo de graffiti ochentero sigue inundando
casas deshabitadas, ruinas industriales y puticlubs cerrados. Yo no quiero paredes
limpias al precio de Bielorrusia. Mucho menos censuras de color verde. Pero después
de tantos años de letreros inanes me viene a la mente a menudo aquella
inspirada frase de Borges: No hables a menos que puedas mejorar el silencio.
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