lunes, 31 de enero de 2022

Canciones sobre la bocina (Gotzon Bastida)

 

Autos de choque. Fichas redondas, amarillas y sucias. Si compras cinco te damos seis. Siempre hay un coche más rápido que los demás. Violento e inalcanzable. Todo el mundo sabe que es el 9 Rojo. Suena la bocina que marca el final del viaje y de los cuatro lados del rectángulo salta gente que corre hacia él, tropezando entre sí, metiéndose los codos, brincando entre el resto de los coches que aún continúan rodando por pura inercia. Carreras en vano, pues el 9 Rojo no queda libre por ahora. Disfrutando del momento, su ocupante alarga el brazo para introducir una nueva ficha en la ranura que, tras una resistencia inicial, el mecanismo absorbe con la avidez de un agujero negro. Nuevo bocinazo y todo se vuelve a poner en marcha. Otra vez el sonido de las ruedas deslizándose sobre las placas de acero, las chispas surgiendo del roce de las escobillas con la red electrificada que hace de techo, los prohibidos choques frontales que llegan a elevar al aire las ruedas traseras de los coches para luego derrumbarse rebotando sobre el metal. Y siempre un empleado cetrino, fibroso y patilludo de edad difusa, con un número tatuado en el antebrazo y mil llaves colgando de una hebilla del ceñido pantalón que va saltando de auto a auto con gesto displicente y aires de bailarín ruso, un Marlboro humeante en una mano, la otra aferrándose a la vara trasera del coche, la mirada abismándose desde lo alto hasta lo más profundo del escote de las dos incautas adolescentes al volante que han venido a caer en su tela de araña… Y mezclándose con todo esto, envolviéndolo en una burbuja de ritmo que lo aísla del resto del mundo: la música. Una tras otra, canciones vomitadas por unos gigantescos bafles baqueteados en mil ferias, llenos de cicatrices, de aspecto oscuro y grasiento, como si hubieran sido forjados entre las llamas del infierno y luego arrastrados con cadenas hasta el exterior. Atronando ahora con “El Jardín Prohibido” de Sandro Giacobbe y luego con “La fiesta de Blas” de Fórmula V y más tarde con el “Goodbye T´Jane” de Slade, sumando trallazo tras trallazo hasta dejar bien claro que aquí, en los autos, al pan, pan y al vino; sin hostias, ni postureos. Solo música directa al estómago. Baja en grasas y sin edulcorantes. Desnuda e inmortal. 


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Jamás olvidaré el "Sugar Baby Love" de los Rubbetes cuando sonaba en los autos de choque que había junto a la estación de tren de Santurtzi...Jamás!!!

nineuk dijo...

Yo tambien lo tengo grabado a fuego. Esa viz aguda se clavó oara suempre en mi cerebelo

Juli Gan dijo...

Cuando tenía unos 7 u 8 años a mí me daban miedo los autos de choque. No le veía la gracia a ir chocando con todos. A mi madre le encantaba y me hacía montar con ella. Procuraba esquivar los golpes por mi terror. Intentaba quitarme el miedo, pero no lo consiguió. Nunca le he encontrado la gracia a los autos de choque, piribiri,piribir, piribir....

nineuk dijo...

Pues yo también los asocio a recuerdo... no muy buenos. Mis primeras tiernas "calabazas" se produjeron en ese entorno. La chavalita que a mí me gustaba prefería montar con otro. Recuerdo también a tíos peligrosos con borracheras escandalosas por los alrededores...y algunos piques entre coches que acabaron mal. Sin embargo había algo hipnótico en esos cacharros que nos hacían acercarnos. Las evoluciones de los encargados eran , realmente, puro ballet.