En 1963, el psicólogo estadounidense Stanley Milgran realizó un experimento en la Universidad de Yale, en el cual se intentaba descubrir hasta que punto un hombre puede ejecutar órdenes dadas por sus superiores. Los participantes en el proyecto debían presionar un botón que daba descargas eléctricas a otro individuo cuando las respuestas que daba no eran correctas. Dichas descargas incrementaban de potencia a medida que el número de respuestas erróneas aumentaba. ¿El resultado? Escalofriante: entre un 61% y 66% de los sujetos puestos a prueba obedecieron las instrucciones del jefe hasta el final. Aunque los sujetos se retorcían de dolor ante sus ojos, ellos no se sentían responsables. Hay que aclarar que los individuos que recibían las descargas eran sólo actores que gritaban imitando el dolor. El experimento se inspiraba en los juicios de Nuremberg; en ellos, los encargados de practicar los horrores del holocausto alegaban siempre “obediencia debida”.
El doctor en Biologia por la UPV Eduardo Angulo, nos suele deleitar a menudo en la radio con experimentos de este tipo. Investigaciones que ponen a prueba el comportamiento humano, que a veces desmienten y otras confirman nuestra supuesta bondad, generosidad o altura de miras. También los hay que intentan distinguir comportamientos en función de la edad, el género, el país de origen o la clase social.
A veces los experimentos sociológicos se organizan sin querer. Los grandes festivales de la era hippie como Woodstock o La Isla de Wight, ofrecieron todo un muestreo para estudiar qué pasa si juntamos a miles de jóvenes en un recinto abierto y repartes todo tipo de drogas durante varios días. Si algo así se hubiera tratado de organizar con voluntarios, habría sido criticado por su falta de ética y prohibido sin contemplaciones.
Lo que estamos viviendo en estos días será, sin duda, objeto también de múltiples estudios sociológicos. El planteamiento sería algo como esto: ¿Que ocurriría si encerramos durante un periodo prolongado a la población de un país en sus casas y solo la permitimos salir de forma muy restringida? ¿Que ocurriría si cerrásemos todo los bares y restaurantes? ¿Que ocurriría si, de pronto, dejamos a todo el mundo sin espectáculos culturales y sin competiciones deportivas?. El experimento incluye un factor decisivo: no sería una decisión coercitiva forzada por un poder totalitario. Sería producida para proteger a la población de una amenaza real para su salud. En el poco tiempo que llevamos ya hay algunos comportamientos dignos de estudio: el acopio de papel higiénico, el éxito de las convocatorias para homenajear a los sanitarios; la necesidad compulsiva de hacer chistes y memes sobre el asunto; el olvido casi absoluto de los temas que hasta hace nada llenaban las portadas de la prensa... Nadie sabe qué consecuencias traerá todo esto, pero todos intuimos que recuperar la “normalidad” no será fácil. Parece que la maldición china “líbrate de vivir tiempos interesantes” se hace realidad. Tan “interesantes” como temibles estos tiempos que de pronto vivimos.
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